martes, 1 de diciembre de 2009

EL ESPEJO/OJEPSE LE

Foto: Banux

Despierto con el sabor amargo de quien ha pasado toda la noche de bar en bar. Con la vista nublada del que hace siglos que no llora y ha expulsado de golpe a torrentes de agua salada todo lo que tenía almacenado. Con la inquietud de quien no recuerda qué hace ese cabello rubio y ondulado balanceándose rítmicamente al son de la respiración de su dueña. Yace de espaldas a mí, arropada solamente por su larga cabellera y restos de pasión. Esas ondas que brillan anaranjadas al contacto con el sol tienen dueña. Que no se despierte.

Intento mantener el equilibrio a medida que mis pies juegan a los autos de choque con todo lo que encuentran a su paso. Caigo en una red de ropa con aroma a tabaco. Atrapado entre sus medias y mis pantalones, rompiendo el ritual amoroso que mantenían las prendas antes de inmiscuirme, me siento ridículo. Casi tanto como cuando anoche ella me pidió que dejara de besarla porque me iba a ahogar. Me echo las manos a la cabeza. Ella tiene un nombre, pero yo sólo rezo para que no se despierte.
Aún sentado en el suelo, miro a mi alrededor tan despacio que me da tiempo a inspeccionar toda la habitación para acabar mi viaje en el espejo. Entra demasiada luz por la ventana. Una claridad tan intensa y limpia que sería capaz de expiar todos los pecados de quien cayera en sus brazos. Cierro los ojos con fuerza y vuelvo a abrirlos. Las paredes parecen pintadas de otro color más denso, juraría que este juego de sábanas no lo había visto en mi vida. ¿Desde cuándo me gusta el beige? Extrañado, dirijo la mirada hasta el espejo, con ganas de reconocer algo propio, ansiando tranquilizarme con algo tan absolutamente conocido por mí como yo mismo. El cuadro es hermoso desde aquí: veo el lateral del colchón, un brazo femenino fino y flexible descansando sobre él señalando levemente con el índice hacia la puerta. Sonrío: parece que esté indicándome la salida. La salida de mi propia habitación. En la imagen su rostro oculto contrasta con el mío visiblemente lleno de admiración. Ella calla. Yo lo digo todo con la mirada: eres hermosa. Calla.

Decido, tras pensármelo unos minutos, volver a levantarme y caminar hacia la cocina. El vaivén de mi cerebro no me deja pensar con claridad. Guiado por la costumbre, me detengo ante el banco de la cocina. Miro extrañado el hueco vacío que debiera ocupar la cafetera. Agudizo la vista y poco a poco me voy dando cuenta aterrorizado de que todo el habitáculo es diferente a como yo lo recuerdo, a como es. La distribución de las paredes coincide, pero las cosas que hay no son mías, el mobiliario me es ajeno, en lugar de mi reloj de pared hay un calendario chino. Grito asustado: ¿Dónde estoy?. Voy corriendo hacia mi habitación y descubro que tampoco es la mía. ¿Cómo no he podido darme cuenta antes? ¡Parecía tan familiar! ¡Pero algo no cuadraba! No son solamente las sábanas o el color de las paredes... No sé dónde estoy. ¡No sé dónde estoy! ¿Y esta desconocida que duerme? ¿Es la chica de anoche? ¿Es la dueña de esta casa? Me tranquilizo con esta reflexión. Es posible que me invitara a su piso y aquí me quedara dormido. Sí, eso es. No la despiertes.

Veo de refilón mi imagen en el espejo, esta vez parezco más un animal asustado que una persona. La misma expresión que la de Klaus, mi gran danés, cuando presenciaba una tormenta. El pobre animal sufría con el estallido de los truenos. Cada relámpago era como el flash de una cámara alumbrando su cara de pánico. Respiro profundamente. Sigo mirando mis facciones en el espejo. Algo hace que me acerque a él, a mi otro yo. Me arrimo cada vez más, hasta fijar la mirada en mis propios ojos. En mis otros ojos. Este espejo se parece mucho al mío, al que tengo colgado en la habitación. Diría que la pieza es idéntica, es mía. Casualidades y tiendas comunes, pienso. Algo hace que siga mirándome fijamente en él. Intuyo que la resaca y haber dormido poco me causan esta sensación. Tonterías que hace uno cuando tiene sueño. Continúo mirándome cada vez más de cerca, tanto que mi nariz entra en contacto con el material reflectante. Mi respiración dibuja nubes opacas en él que van cambiando de tamaño. Oigo un tintineo ¿Qué ha sido eso? No me giro buscando el origen del sonido. La atracción que ejerce sobre mí el espejo lo impide. Apoyo inconscientemente la palma de mi mano derecha en la superficie. Frío vertical. Vuelvo a oír el tintineo. Aprieto con mis dedos el cristal, como si buscara ahí el origen de esas notas musicales cuando noto cómo va ablandándose a mi paso. Está cediendo ante mi palma, ante mi empeño. Como un sol intruso poniéndose sigiloso entre las nubes. Es una sensación natural, automática, metálica, esperada, me completa. Mi mano va desapareciendo dejando a su paso restos de cristal resquebrajado que ya no corta. No me hiere. Quiere que entre. Me quiere entero. Sin dudarlo, avanzo con una pierna, luego con la otra y todo mi cuerpo traspasa aquel delicado manto que separa lo desconocido del origen de todo.

Lo primero que alcanzo a ver es un cielo celeste, hermoso, con nubes jugando por el horizonte. El aroma a pino siempre me ha entusiasmado. Sonrío con ganas. Hacía tiempo. Veo a lo lejos una sombra que se acerca al mismo ritmo que el tintineo que había oído antes. No.. no puede ser.. ¿Klaus? ¡Klaus! Es Klaus, mi perro, mi cachorro, mi amigo atormentado en las noches tenebrosas. Cuántas veces habíamos jugado con la complicidad de los hermanos. Se lanza sobre mí y empieza a lamerme. ¡Tranquilo, tranquilo! ¿Cómo estás, campeón? Te veo en forma. Estas palabras resuenan en el interior de mi cabeza... ¿Te veo en forma?... Klaus hacía ocho años que había muerto atropellado por una furgoneta Volkswagen azul. Esta máquina del diablo se me había aparecido en sueños a menudo después del sangriento suceso y se dedicaba a alumbrarme con sus faros y a despertarme entre gritos. ¿Qué estaba pasando? Venga hombre, pienso para mí, he atravesado el espejo después de una noche de borrachera, me reencuentro con mi perro muerto... Sólo falta que se me aparezca la abuela Marta sujetando una de sus bandejas de magdalenas recién horneadas...

Me empiezo a reír ante tales locuras esperando despertar en mi propia habitación, arropado por las sábanas, dispuesto a afrontar un nuevo domingo casero con aroma a café y cine antiguo. La risa frena en seco. Klaus lloriquea como un bebé. Mis ojos se clavan en el espejo, puerta de entrada a este lugar. Veo el cuarto donde he dormido desde el otro lado. Ese cuarto desconocido con esa desconocida durmiendo. Ella despierta de pronto, arquea la espalda y estira los brazos. Se levanta, hermosa, y aparta por fin sus cabellos de la cara. Mira hacia donde yo estoy. Esa calavera que tiene por cabeza me mira. Ahora vuelve a señalarme con su dedo índice hacia la puerta, donde ha dejado descansando por un rato su guadaña.


Autora: Yol
Relato incluido en el recopilatorio del I Concurso de Fantasía ¡Ábrete libro!


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